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Incendian la Casa de Carlos Manzo: El N*rco Envía Mensaje a su Esposa

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Uruapan volvió a arder. Eran poco más de las once cuando el reporte estremeció a toda la ciudad. Una de las casas de Carlos Manzo, el alcalde asesinado durante el festival de las velas, estaba envuelta en llamas. Los vecinos hablaron de dos camionetas oscuras, del olor a gasolina y de un mensaje. Una advertencia que nadie esperaba leer tan pronto.

El nombre pintado en la barda era suficiente para helar la sangre: CJNG. Coincidencia, no lo creemos. Apenas dos días antes, el país entero seguía procesando la muerte del presidente municipal Carlos Manzo, un político incómodo por sus denuncias de corrupción y su intento de limpiar la administración local. Y ahora el fuego parece querer borrar lo poco que quedaba de su legado.

La pregunta es inevitable: ¿qué busca realmente este mensaje? ¿A quién va dirigido? ¿Y por qué ocurre justo cuando su esposa, Grecia Quiroz, se prepara para asumir el cargo municipal? Me lo pregunté frente a los restos humeantes, mientras el aire de Uruapan olía a miedo, a gasolina y a traición.

Después del atentado contra Manzo, el ambiente cambió por completo. Las calles que días antes estaban llenas de música y esperanza hoy respiran desconfianza. Nadie habla demasiado, pero todos saben lo que está pasando. Manso —como le dicen algunos— no era cualquier funcionario. Era un político independiente que prometió romper con los pactos oscuros que, desde hace años, controlan la región.

Denunció desvíos, señaló intereses, tocó fibras que pocos se atreven a tocar. Su muerte el 31 de octubre no solo sacudió Michoacán, sino a todo el país. Mientras las autoridades repetían la misma frase, “seguimos investigando”, el miedo seguía creciendo. Dos días después, el fuego volvió. Esta vez no fue casualidad.

Los vecinos aseguran que dos camionetas sin placas llegaron pasadas las once. Bajaron hombres con el rostro cubierto y segundos después, la explosión iluminó toda la colonia. No hubo heridos, pero sí un mensaje. Un pedazo de lona blanca con letras negras torcidas: “Esto es solo el comienzo.” Los bomberos llegaron rápido, pero la advertencia ya estaba hecha. La función del fuego no era destruir una casa, sino sembrar terror.

La Guardia Nacional acordonó la zona. No hubo detenidos, pero el olor a gasolina y las iniciales CJNG pintadas sobre el muro lateral decían todo. El ataque ocurrió justo cuando Grecia Quiroz se preparaba para asumir la presidencia municipal interina. En redes, las teorías volaban: que era una amenaza directa, que querían frenarla, que alguien dentro del propio gobierno había filtrado la ubicación de la casa.

¿Fue coincidencia o el inicio de algo más grande? Lo cierto es que en Uruapan, el fuego no solo quema las casas. Quema la confianza.

Lo que descubrieron las autoridades pocas horas después dejó a todos sin aliento. Para entender lo que pasa hoy, hay que mirar atrás. Carlos Manzo no era parte del sistema tradicional. Nació en la zona oriente de la ciudad, hijo de comerciantes, alejado de los partidos. Se ganó la simpatía del pueblo denunciando los cobros ilegales a los productores de aguacate, víctimas del mismo grupo que durante años impuso su ley: el CJNG.

“Uruapan debe dejar de pagarle al miedo.” Esa frase, que parecía solo una consigna, fue el inicio de una guerra silenciosa. En los meses previos a su asesinato, Manzo denunció acuerdos entre empresarios, líderes políticos y el crimen organizado. Señaló que parte del financiamiento de campañas locales provenía de manos peligrosas. Lo dijo en voz alta, y esa voz incomodó a muchos.

Pidió reforzar su seguridad después de notar movimientos sospechosos cerca de su domicilio. Nadie respondió. El festival de las velas debía ser una noche de unión y terminó convertida en tragedia. Desde entonces, la ciudad vive entre el miedo y la indignación.

Pocos sabían que días antes del ataque, Manzo había recibido mensajes anónimos advirtiéndole que se estaba metiendo demasiado arriba. Él se negó a irse. “Huir sería darle la razón a los corruptos”, le dijo a un colaborador. Por eso su figura se volvió símbolo. No solo por cómo murió, sino por lo que representaba: un hombre que desafió a todos desde dentro del sistema.

Y ahora, con el incendio de su casa, la pregunta vuelve a resonar: ¿quién ordenó borrar su memoria?

La madrugada del 3 de noviembre cambió todo. Mientras las autoridades locales hablaban de un “incendio aislado”, empezaron a circular videos grabados por vecinos desde sus azoteas. En ellos se escuchan dos explosiones menores, seguidas de gritos: “¡Eso fue por Manzo!”. Los videos se viralizaron y el caos se desató.

Los internautas notaron algo inquietante: una patrulla municipal estacionada a menos de una cuadra del lugar, que no se movió durante el ataque. ¿Descuidos o complicidad? Fuentes cercanas aseguran que uno de los policías de turno esa noche había sido visto días antes escoltando a un empresario ligado al CJNG. Nadie lo ha confirmado, pero en Michoacán los rumores pesan más que los informes.

Luego llegó lo peor. Se filtró un audio presuntamente interceptado por inteligencia estatal. Una voz masculina decía: “Ya se hizo lo del presidente, ahora falta apagar la luz en la casa.” El audio coincide con la hora exacta del incendio. No ha sido autenticado oficialmente, pero nadie se atrevió a desmentirlo.

La prensa local reportó que el vehículo usado en el ataque fue encontrado abandonado en una brecha rural, con placas de Jalisco. Todo apuntaba a una operación planificada desde fuera. Y mientras tanto, Grecia Quiroz, esposa de Manzo, rompió el silencio. En un mensaje publicado en redes escribió:
“No nos van a callar. Carlos sabía que esto podía pasar. Yo voy a continuar lo que él empezó.”

Sus palabras encendieron las redes y el miedo entre funcionarios locales. Porque si este incendio fue un mensaje, todos entendieron lo que decía.

El amanecer llegó a Uruapan con un silencio extraño. El aire olía a humo y sobre las cenizas de la casa destruida de Manzo flotaba una sensación densa: coraje, impotencia y un llamado. Horas después, la Fiscalía confirmó la detención de tres presuntos responsables. Entre ellos, José Benítez, alias “El 44”, operador logístico del CJNG. En sus teléfonos encontraron mensajes que hablaban de “encargos, avisos y fuego como mensaje”.

Pero lo que realmente estremeció fueron los contactos guardados en sus dispositivos: funcionarios activos, empresarios locales y un número con clave federal. Las piezas comenzaban a encajar. Lo que parecía un ataque aislado revelaba una red de complicidad política.

¿Quién movía los hilos? ¿Por qué el nombre de Manzo incomodaba tanto?

Mientras tanto, Grecia Quiroz llegó al sitio sin escoltas ni discursos. Caminó entre los restos carbonizados, se inclinó y de entre las cenizas levantó algo que hizo a todos contener la respiración: el sombrero de Carlos, milagrosamente intacto. Lo alzó al cielo gris y murmuró: “Su voz no se apaga.”

Esa imagen recorrió las redes. “El sombrero no cae” se convirtió en tendencia nacional. Miles exigieron justicia. Otros advirtieron que el ataque no era solo contra una familia, sino contra todo un símbolo de resistencia en Michoacán.

Y cuando parecía que el caso empezaba a tomar rumbo, llegó un nuevo sobresalto. Poco después del mediodía, en la base de Morelia, un sobre sin remitente. El papel, chamuscado en las orillas, tenía un mensaje escrito en tinta negra: “El siguiente será en Apatzingán.”

Las autoridades reforzaron la seguridad en los municipios vecinos, pero el miedo ya estaba suelto. En las redes corrían versiones de que el mensaje iba dirigido a la familia Manzo, que otro funcionario estaba en la mira, que el fuego apenas comenzaba. Nadie lo desmintió.

El fuego intentó borrar su memoria, pero lo que encendió fue algo más fuerte: una llama de justicia que ahora arde en todo Michoacán.

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