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¡HARFUCH DESTAPA TRAICIÓN EN URUAPAN: “INFILTRADOS DEL CARTL MTARON A MANZO”! OPERATIVO BRUTAL

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El alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, es velado en privado bajo un operativo de seguridad sin precedentes.

Mientras la ciudad llora, Omar García Harfuch rompe el silencio.

En una declaración que sacude los cimientos de la narrativa oficial, el secretario federal de seguridad lanza una frase que empieza a recorrer pasillos políticos, cuarteles militares y oficinas de inteligencia: no fue el Estado, fueron los infiltrados del crimen organizado.

Durante días, miles de voces en Uruapan acusaron al gobierno de omisión, abandono institucional y complicidad indirecta.

Pero la verdad que Harfuch plantea ahora es más compleja, más peligrosa y más explosiva. La ejecución de Manzo no fue producto del descuido, sino de una traición interna.

Fuentes cercanas al operativo especial desplegado en Michoacán confirman que el asesinato no fue un atentado común. Fue una operación quirúrgica, con información privilegiada, patrones de movimiento filtrados y seguridad retirada en el momento clave.

Hoy Harfuch declara la guerra. Un operativo relámpago ya está en marcha.

El objetivo es encontrar al topo que entregó a Carlos Manzo, desmantelar la red criminal que lo rodeaba y devolverle el control al Estado.

Lo que parecía un crimen narco más podría ser el inicio de una purga histórica.

La noche del sábado primero de noviembre, Uruapan celebraba el tradicional festival de velas. La pérgola municipal, repleta de familias y niños disfrazados, parecía un refugio frente a la violencia cotidiana.

Carlos Manzo, el alcalde independiente conocido por su sombrero característico, inauguró el evento. Saludó a los asistentes, encendió las primeras velas y se retiró, pero minutos después regresó. Dicen que alguien lo llamó de vuelta, otros aseguran que volvió por los niños. Lo cierto es que a las 8 de la noche estaba nuevamente entre la multitud, rodeado de escoltas y funcionarios.

Fue entonces cuando los disparos rompieron la calma.

Un grupo armado abrió fuego directo contra el alcalde. Testigos hablan de tres atacantes y una ráfaga que desató el pánico. Gritos, cuerpos en el suelo, padres buscando a sus hijos.

Los escoltas repelieron el ataque. Uno de los sicarios cayó abatido. Dos más fueron capturados, aunque aún se duda de su identidad real. Entre los heridos, un funcionario municipal que intentó proteger a Manzo.

Carlos Manzo fue trasladado al Hospital Fray Juan de San Miguel con al menos seis impactos de bala. Los médicos intentaron estabilizarlo, pero falleció en quirófano pocas horas después.

Una ejecución frente a niños y familias. Un crimen que desde ese momento dejó de ser un hecho aislado para convertirse en símbolo de algo mucho más profundo.

Al día siguiente, las calles de Uruapan no se llenaron de silencio, sino de rabia. Más de 10,000 personas marcharon sin líderes visibles, solo un grito unánime que atravesó avenidas y resonó en cada rincón de la ciudad: “El Estado lo mató”.

La marcha arrancó a las 5 de la tarde desde Paseo Lázaro Cárdenas y avanzó por Benito Juárez hasta llegar al templo de San Francisco de Asís, donde se ofició la misa de cuerpo presente.

Flores, lágrimas, pancartas, pero sobre todo acusaciones directas.

“Fuera Claudia”, “Claudia asesina”. Las consignas apuntaban a la presidenta de la República, Claudia Shainbaum, y al gobierno federal, a quienes responsabilizaban por no haber protegido a Manzo pese a sus denuncias sobre la presencia de cárteles.

La indignación colectiva encendió las alarmas. Mientras los medios hablaban de un atentado más, Harfuch ya preparaba un giro total.

El enemigo no venía de afuera, sino desde adentro.

Durante días, la narrativa popular repetía: el Estado abandonó a Manzo, lo dejaron solo. Ahora esa versión tambalea. La declaración de Harfuch marca un quiebre: no fue abandono, fue infiltración.

La traición vino desde el círculo más cercano al alcalde.

Escoltas que miraron hacia otro lado, funcionarios que conocían los planes y no alertaron, teléfonos que dejaron de contestar justo cuando el peligro estaba encima.

Ya no se habla de incapacidad institucional, sino de complicidad encubierta.

Harfuch no ofrece respuestas suaves, ni busca exculpar al gobierno federal, pero sí marca un nuevo punto de partida: desenmascarar a quienes desde adentro facilitaron el crimen.

Si alguien infiltró al ayuntamiento, no se trata solo de justicia para Manzo, sino de evitar que el próximo nombre en esa lista sea otro alcalde, un periodista o incluso un mando federal.

Omar García Harfuch no es un nombre nuevo en la guerra contra el crimen organizado.

Hoy, su papel ha cambiado. Ya no es solo el exjefe de la policía capitalina que sobrevivió a un atentado con fusiles Barret. Hoy es el secretario federal de seguridad, rostro visible de la nueva ofensiva contra los cárteles, el hombre que incluso sus enemigos reconocen como el más preparado.

Su carrera está marcada por operaciones quirúrgicas, mano dura y obsesión con los datos de inteligencia. Es metódico, reservado y sabe mover fichas sin mostrar el tablero.

Por eso, cuando habla no especula, marca una línea de acción. Su frase sobre Carlos Manzo no es solo declaración, es acusación implícita.

Si hubo infiltración, significa que el crimen organizado ha subido de nivel.

No solo compra territorios, sino estructuras políticas completas.

Y Harfuch, con su promesa constante, deja claro: nadie está por encima de la ley.

Uruapan es un nodo estratégico codiciado por al menos cinco organizaciones delictivas: CJNG, Caballeros Templarios, Los Viagras, Pueblos Unidos y Blancos de Troya.

Su ubicación entre la sierra y las rutas comerciales del Pacífico la convierte en un punto clave para drogas, armas y personas, pero también es centro económico relevante por la industria aguacatera, conocida como oro verde, que se ha convertido en fuente millonaria de extorsión y lavado.

CJNG intenta imponer control mediante fuerza y desplazamiento de rivales. Los Viagras y Blancos de Troya operan en complicidad con sectores del gobierno municipal. Los Templarios, aunque debilitados, siguen cobrando por “seguridad”. Pueblos Unidos ha sido señalado como grupo infiltrado.

Esto convierte a Uruapan en un lugar donde ningún poder es absoluto. La pugna por el control se libra con armas, contratos públicos, licitaciones amañadas y, ahora, infiltración directa.

Carlos Manzo lo sabía. Denunció el vacío de poder y la presión de grupos criminales. No imaginaba que el enemigo lo observaba desde dentro de su propio gobierno.

El operativo relámpago busca identificar, aislar y destruir esas conexiones.

Escoltas en doble nómina, contratos amañados y rutas de patrullaje filtradas son solo el inicio de la investigación. Cada indicio apunta a complicidad directa.

La ejecución de Manzo no fue improvisada: fue planificada con información de primera mano.

Harfuch no busca venganza, busca limpiar la red de lealtades compradas que permitió el asesinato.

Horas después de su declaración, las fuerzas federales iniciaron el despliegue del operativo relámpago: anillos de bloqueo, puntos de control, cateos simultáneos en colonias estratégicas, casas de seguridad intervenidas, detenciones clave y aseguramiento de evidencia financiera y tecnológica.

Cada movimiento es quirúrgico, medido, sin margen para errores.

Harfuch demuestra que el Estado puede recuperar territorios, incluso aquellos que parecían perdidos por infiltración criminal.

El asesinato de Manzo ha destapado la red de complicidad y ahora el reloj corre.

Tres escenarios se perfilan: captura del infiltrado principal, contrataques del crimen organizado o la revelación de complicidades de políticos y empresarios.

La cuenta regresiva ya inició.

Carlos Manzo no murió por azar. Murió como resultado de una red invisible que lo usó y finalmente lo entregó.

El crimen no infiltró al sistema. El sistema se rindió al crimen.

Harfuch ha puesto el dedo en la llaga, no solo con palabras, sino con acciones concretas.

El caso Manzo es un punto de inflexión. La pregunta ya no es quién lo mató, sino quién más está marcado para caer.

Mantente alerta, porque lo que comenzó en Uruapan apenas empieza.

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